12/4/12

IX

Viajo, una vez más, de una punta de la ciudad a la otra. Frente a mí, una niña de unos cuatro años se divierte. Pierdo la mirada y la mente por la ventanilla. La risa de la pequeña me trae de vuelta. Pide a su madre que lea un cuento que lleva en las manos. La madre relata con pausa y, en cada silencio, la niña abre amplios sus hermosos ojos castaños y se lleva las manos a la diminuta boca. Al terminar la lectura, la madre comienza a cantar y la niña suma su aguda voz. Las dos ríen con estruendo al llegar al final. Los pelirrojos bucles de la niña rebotan de un lado a otro. La miro y vuelvo a sentir ese nudo en la garganta que me había abandonado por unas horas. Se nubla la imagen antes nítida y reaparece la presión en el pecho.

Cómo me gustaría ser ella y escapar de mi vida. Cómo quisiera poder vivir en completa levedad, no entristecer más que por unos momentos, sorprenderme ante lo nuevo, reír como si fuera la primera vez. Deseo olvidar los dieciséis años que nos separan, volver a sentarme sobre la falda de mi madre y ver a mi padre como el único y sin dudas el mejor hombre. Pero cómo eliminar los años que pasaron si no puedo olvidar los recuerdos que me atormentan, las palabras dichas, el odio ante la debilidad propia ni el dolor por la mirada ajena. Por qué no puedo ser como ella. Por qué hablar si el lenguaje que se expresa no existe más que para uno.

La miro y me pregunto qué es lo que quiero. Quiero vivir, pero no así.  Quiero no sentir las cadenas sobre las muñecas. Quiero libertad. Por qué, entones, no parto para no volver. Porque no puedo eliminar mis responsabilidades. ¿O si?

La niña se encuentra con mis ojos y deja de sonreír. Entiendo así que soy yo mi propia enemiga. ¿Debo aniquilar una parte de mí? ¿Debo convertirme en un ser desalmado que no se preocupa por el dolor ajeno, que no sienta dolor al partir? No puedo. No sería yo.

La niña, que ahora me mira sin curvar los labios, y yo somos dos opuestos: lo leve y lo grave. Me fijo en sus ojos y noto cómo mi gravedad la arrastra. Tenías razón, Joaquín, cuando me dijiste que soy un ser grave incluso en mi levedad. Y es que elijo el peso porque es así como escribo, creo y soy dios.


Es así como vivo.


Es esto lo que soy.


Vuelvo a sus ojos y sonrío. Luego de unos segundos, ella vuelve a brillar. 

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